Llevo unos días con uno de los post de Asier Gallastegi en la cabeza. En él analizaba la figura del experto y la necesidad de contar con expertos en incertidumbre. He de confesar que he estado dándole muchas vueltas al concepto y por unos días he pensado que la mejor persona para tener a tu lado en casos de incertidumbre, de afrontar nuevos retos, proyectos y actividades debía ser un especialista. Entendía que alguien que se especializaba en una materia, la conoce, la vive y está abierto a los cambios que se producen en su área. No está atado por protocolos y acepta los cambios que se producen como parte de aprendizaje y conocimiento nuevo. No utiliza los manuales para resolver situaciones pero como estudioso nos puede ofrecer diferentes visiones.
El especialista me mostró la posibilidad del estudioso, alguien que no tiene que centrarse en una única disciplina pero que sigue con entusiamo y pasión todo aquello que sucede en el campo en cuestión. Su ilusión, sus ganas de experimentar y su capacidad de asombro ante lo nuevo que acontece en aquello que le apasiona puede insuflarnos nuevos ánimos y motivación para afrontar nuestras nuevas realidades.
Y andaba en estas entelequias mentales cuando me dirigí a una compañera de trabajo de esta misma manera, llamándola compañera. Es posible que necesitemos expertos, especialistas, estudiosos y hasta colaboradores pero, en estos momentos de incertidumbre, de cambio de paradigma y de toda la leche con la que queramos denominar a este tiempo que nos ha tocado vivir, yo quiero recuperar el valor del compañero como persona que comparte nuestro viaje, nuestros desvelos y alegrías y que se implica en aquello que hacemos como el que más porque comparte nuestro proyecto, nuestro fin y que incluso corre nuestra misma fortuna o suerte.
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